Acabo de descubrir una autora fascinante e inteligente, Leila Slimani, que entre otras muchas cosas interesantes habla del Tema, es decir del reconocimiento. Le preguntan en El País Semanal: ¿El premio no le ha hecho sentirse legitimada?
Y ella contesta: "No. La literatura es un oficio dominado por la duda. Obtener un premio, por importante que sea, no te inmuniza contra el hecho de escribir una novela malísima. Por otra parte, es clave conservar ese sentimiento de ilegitimidad, porque es un motor en la escritura y en la vida. Es lo que te hace seguir adelante. Perder ese sentimiento de impostura sería caer en una trampa. Para los escritores esa angustia no es nociva."
Ganó el último Premio Gouncourt por su novela "Canción dulce" que promete y mucho. No comprendo porqué su entrevistador lo tilda de sorprendente:
"/-/ Su necesidad de salir a caminar sola iba en aumento. De gritar como una loca en la calle. «Me están comiendo viva», se decía a veces.
Envidiaba a su marido. Al caer la tarde esperaba impaciente su llegada. Se quejaba durante un buen rato de los gritos de los niños, de lo pequeña que era la casa, de lo mucho que se aburría. Cuando le tocaba a él hablar y le contaba las sesiones maratonianas de grabación de un grupo de hip-hop, ella le soltaba con rabia: «¡Qué suerte tienes!». Él contestaba: «La que tiene suerte eres tú. Cuánto me gustaría verlos crecer». En ese juego nadie salía ganando.
Por la noche, Paul se quedaba profundamente dormido a su lado, con el sueño del que ha trabajado todo el día y merece un buen descanso. Ella se reconcomía por la amargura y la insatisfacción. Pensaba en el esfuerzo realizado para acabar la carrera, a pesar de la falta de dinero y de apoyo de sus padres, en la alegría que sintió al acceder a la abogacía y vestir por primera vez la toga, en la foto que le hizo entonces Paul, con ella puesta, delante del portal, orgullosa y sonriente.
Durante meses fingió que aceptaba su situación. Ni siquiera pudo confesar a Paul lo avergonzada que estaba. Cómo se sentía morir por no tener nada que contar más que las monerías de los niños y las conversaciones entre desconocidos a los que espiaba en el supermercado. Empezó a rechazar todas las invitaciones a cenar de los amigos, a no responder a sus llamadas. Desconfiaba en particular de las amigas. ¡Podían ser tan crueles! Le entraban ganas de estrangular a las que fingían que la admiraban, o, aún peor, que la envidiaban. Estaba harta de oírlas quejarse de su trabajo, de no ver con más frecuencia a sus hijos. /-/"