La luna llena siempre nos revela algo. A mí se me ocurrió que existe un impulso que lo explica casi todo. Es decir, nuestras decisiones, nuestros deseos, nuestros síes y nuestros noes. Nuestras tristezas y depresiones, nuestros apegos y traumas, y en especial todos nuestros errores.
Es como si debajo de las etiquetas de los proyectos de vida personales y profesionales, hasta los proyectos de vida espirituales y políticos subyace siempre el mismo motivo. Para todo el mundo. Una motivación teñida de nostalgia, una motivación familiar y compartida: querer volver a casa.
Hay gente que habla del útero materno, refiriéndose a la sensación de estar a salvo y cuidada como estábamos en el vientre materno. Estar a solas y sin embargo, acompañados. Estar en silencio, estar en paz y sin embargo, estar en medio del mundo.
Pasamos toda la vida buscando para poder volver a tener esa sensación. La buscamos en lugares, en personas, en experiencias. La buscamos en los nacionalismos, en las ideologías, en el trabajo, hasta en la comida. Sí, ¡en la comida!
Se liberan adicciones, torturas, mentiras. Se liberan engaños, verdaderas guerras por ella para luego tratar buscar la paz. Por una sensación. La mejor quizá, pero una sensación vaga y escurridiza, y tal vez solo imaginada.
¿Es fiable el recuerdo del cuerpo?
¿Sería fiable si la que recuerda en realidad es la conciencia?
Hay personas que piensa que ese anhelo tiene más que ver con la conciencia, con el alma. Con algún otro mundo, de dónde venimos y adónde iremos. Si lo que dice el filósofo Pierre Teilhard De Chardin es cierto, que no somos seres humanos viviendo experiencia espiritual sino seres espirituales viviendo una experiencia humana, ese anhelo tiene toda la lógica del mundo. Por eso pasamos la vida deseando volver. Allá. Más allá.
La aventura es fascinante, pero no hay nada como volver a casa al final del día.
Tras haber escuchado a Mooji durante horas y horas y horas he tenido varias revelaciones.
Una de ellas es que esa sensación de volver a casa es en realidad el anhelo de saber quienes somos. No el personaje, la personalidad, el disfraz, o la(s) identidad(es) que representamos ante el mundo sino nuestro Yo de verdad. Un Yo más allá de nosotras mismas.
Nuestro Ser Verdadero, como dice mi nuevo amigo jamaicano.
Somos nuestro hogar, eterno, inmutable, sereno. No un país ni otra persona, ni siquiera nuestros hijos, ni nuestro trabajo, ni lo que hacemos ni mucho menos lo que dejamos de hacer. Nada ni nadie externo. Nuestra casa somos nosotras mismas.
Nuestros deseos de no sé qué, de otra cosa, de otra vida, de otra pareja en realidad son búsquedas de nosotras mismas. Todas esas sensaciones de que hay algo más y aunque no sepamos qué es queremos conocerlo, estar ahí. Ser Eso.
La respuesta ha estado aquí todo el tiempo. Eso, nuestra casa, somos nosotras mismas. Es vida, es amor porque somos vida, somos amor.
Si es tan fácil, tan evidente, ¿por qué nos seguimos buscando en sitios equivocados?
Theodore Zeldin dice en su "Historia íntima de la humanidad" que cada generación busca aquello de lo que cree carecer. La nuestra se busca a sí misma, pero eso no significa que nos hayamos perdido. Solo pensamos que es así.
Y otra vez Mooji: "Solo es una idea", por lo tanto, falsa.