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05 Feb
05Feb

Hay miles de lugares bellos en el mundo, su gente los hace inolvidables. Y poco a poco voy conociendo a la gente de Dos Hermanas: el cartero, el vecino de al lado y las testigas de Jehová. Con estas últimas tuve una de las conversaciones más filosóficas del día. Sobre El Camino.

¡Ah, el camino! Se hace camino al andar. Si disfrutas del camino, no importa el destino. Con pan y vino se anda camino. Anda recto y no acabarás torcido... Empiezo y no paro. Y, claro, esto las testigas no lo sabían y llamaron confiadas a mi puerta. 

Eran tres. Una señora mayor entrañable, con su peinado fijo directo de la peluqería y su fular de colores ocre. A su lado una treintañera grande y muy maquillada con un carrito de bebé. La señora con un ligero temblor que atravesaba todo su cuerpo esperaba frente a la puerta, pero el cuerpo de la joven estaba girado hacia la derecha, menos su rostro que miraba la puerta, como si hubiese parado solo un segundo para leer el nombre de la calle. Ella intuía lo que iba a pasar.

Hay gente que ve mujeres extrañas de estas características detrás de su puerta y no les abre. Saben quiénes son, de alguna manera les huelen. No me parece bien. Si alguien llama a tu puerta hay que abrir y hablar con la gente. Puede ser una emergencia, el fin del mundo o algo parecido.

En mi caso cuenta el hecho de que yo acabo de llegar a la ciudad, a un barrio tranquilo donde no conozco a nadie y la gente extraña me interesa. Así, en general. Y la verdad es que tampoco se me pasó por la cabeza que pudiesen ser enviadas de Dios. Estaba segura de que eran vecinas y me iban a dar una calurosa bienvenida. ¿No es eso lo que pasa en las películas estadounidenses para conocer personajes clave de la historia? La mujer mayor llevaba una bolsa del Mercadona, y no en la cabeza, ¡había comida dentro! 

Pero no, eran las testigas de Jehová.

A ver, no me asustó encontrarlas ahí. No es la primera vez. Por lo tanto tengo experiencia y una respuesta perfecta para llevar bien el encuentro. De hecho, ya que estoy, aquí comparto con vosotros mi fórmula secreta para lidiar con ellas, porque me parece que hay demasiada gente que sufre a causa de no saber cómo salir sin rencores de estas conversaciones sobre no-sé-que-buenas-noticias-de- parte-de-Dios en la puerta de su casa. 

Primero, hay que dar los buenos días. Siempre. Y solo después puedes decidir si les cortas la charla justo tras las legendarias palabras de "somos testigos de Jehová" o les dejas acabar la frase. En todo caso, cuando hay una pausa en la conversación, le sonríes, asientes y dices con toda la amabilidad del mundo: "Nosotros en esta casa ya hemos elegido nuestro camino". 

Les coges por sorpresa, seguro. Segurísimo. Primero, porque no han hablado todavía de ningún camino y segundo, porque no esperan encontrarse con otra apasionada del camino. 

Jaque mate.

Funciona siempre. 

Solo que esta vez, la testiga de la bolsa del Mercadona no se dejó asustar tan rápido. La voz de la experiencia.

"¿Hablará, entiendo, del camino de Dios?"

Y así de fácil me puso ante el dilema más difícil de los últimos días: o decirle la verdad sobre el camino elegido que no le va a gustar nada de nada y acabar con esta amistad incipiente e o mentirle para que se quede tranquila y yo seguiría teniendo una posible amiga. No supe qué decir. Estuvimos un buen rato en silencio. Por un momento esperaba seguir así durante mucho tiempo, pero ella no opinó lo mismo. Repitió la pregunta.

"Hay muchos caminos," comencé yo dirigiendo la mirada hacia el horizonte.

"Sí, pero estamos hablando del camino de Dios, ¿no?"

"Y todos los caminos llevan a Roma..."

"¿Cómo?"

"Es decir, todos los caminos, aunque distintos, llevan al mismo lugar y eso debería ser lo importante."

"No es lo mismo el camino hacia Dios que un camino que se aleja de él."

"Es verdad, no es lo mismo. De hecho, es totalmente distinto."

"Como veo que usted no lo tiene claro, no está segura de su camino..."

"No, yo estoy segura," dije, pero ya no estaba segura de nada. ¡Mi fórmula no estaba funcionando! Tenía que salir de ahí como sea así que le dije conciliadora, en plan ni para ti ni para mí: "Pero el que no lo está para nada, es mi pareja..."

Seguimos hablando media hora más y al final me dejó la revista "Buenas noticias de parte de Dios" y prometió pasar dentro de unos días para hablar con él. 

Sí, tengo que perfeccionar mi fórmula secreta para casos como este.

P.D. Se lo conté todo por la noche a mi pareja. Él me escuchó, miró la revista, la dejó en la mesa y dijo: "Yo lo que quiero es bailar".

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