El funcionario me preguntó en qué trabajo y por primera vez comprendí de lo que habla la filosofía y las enseñanzas espirituales: cuando digo todo lo que soy ahora, en realidad estoy hablando de mí en el pasado. Lo que fui. Lo que era. Ni siquiera la que me gustaría llegar a ser sino la que creo que solía ser.
Le contesté, como se espera que se conteste a ese tipo de preguntas. Soy escritora, periodista, editora, traductora. Los nombres ocupando lugares de los hechos y ahí estában todas las etiquetas confirmando mi respuesta. Y no es que no sea cierto, solo que siento que ya no lo es, en ese preciso momento, o al menos no del todo. Me preocupa ese "soy" delante de algo que solo da a entender lo que he hecho, lo que puedo hacer. Ni siquiera insinúa si lo hago medianamente bien.
El funcionario me mira largo. Coloca las dos manos sobre la mesa y dice que deberíamos bajar un poco a la tierra. Pues bien. Primero, me explica con voz muy tranquila, no puede poner periodista ni editora ni traductora. Pero llevo ejerciendo 13 años, le replico con asombro. Sí, pero no, me dice. Hay titulaciones específicas para estas carreras y mi titulación universitaria es de Ciencias Políticas. Un lío, un auténtico atropello burocrático. Lo comprendo, de veras. Ni yo sé quién soy ahora mismo, lo va a saber el pobre funcionario que ni le va ni le viene. Si le digo que soy licenciada en literatura estonia, no sé, algo me dice que tampoco le va a cuadrar.
Busca entre todas las ocupaciones posibles que le ofrece un desplegable en la base de datos de la agencia de empleo, algo relacionado con mi titulación. Mientras yo llego a otro punto de inflexión. Lo interesante de esta sensación de hablar de un yo de otra época, cuando aparentemente estoy hablando de ahora. Es intrigante.
¿Lo que estoy diciendo, lo que creo que soy, es una phantasia? Tiene toda la pinta.
Durante un buen rato el funcionario no encuentra ninguna categoría donde encaje mi perfil, hasta que se detiene pensando en uno poco visitado: “crítico de arte". Digo que lo añada a mi lista. Me mira y dice que lleva ocho años en esto y nunca han solicitado a una crítica de arte.
A ver, ¿qué argumento es esto? ¿Cómo nunca antes ha pasado no pasará tampoco mañana? David Hume ya hizo la crítica al principio de la causalidad así que me parece que yo no tengo que volver a explicar lo que falla en el razonamiento funcionarial. Además, no lo puede evitar. Siempre hablamos en el pasado, hasta cuando hablamos del futuro. Porque solo podemos imaginar cosas que ya conocemos por la experiencia personal o colectiva.
Así que todo lo que digo que soy, lo que siento y pienso, en realidad es sobre un yo que fui, pensó y sintió.
No soy consciente de lo que siento y pienso ahora mismo. Lo seré más tarde cuando trate de poner en palabras mi estado emocional o les encuentre nombres a mis dilemas, a mis otros yos. Pero para aquel entonces, y aunque solo haya pasado un minuto, ya estaré hablando del pasado, porque las circunstancias, y yo misma, habrán cambiado. Solo por el hecho de haber llegado a verbalizar mi parecer, mi estado emocional ya habrá cambiado de nuevo guiando el cauce de mi pensamiento.
Nadie se baña dos veces en el mismo río, dijo Heráclito.
Sin embargo, cuando escribo o leo estoy en el presente. Soy yo. De hecho, cuando estamos concentrados haciendo cualquier cosa estamos en el ahora, en la verdad. El presente exige plena atención. Las palabras no tienen casi cabida aquí. El ahora, la realidad, la vida nos resulta demasiada compleja, multidimensional, transversal, poblada de matices y claroscuros cuando tratamos de expresarla. Digo, de manera comprensible. Las palabras nunca parecen llegar del todo a lo que vemos, sentimos, experimentamos. No hay espacio suficiente dentro de la etiqueta de "escritora" ni de "periodista" y ni siquiera de "estonia". Soy mucho más. Mi realidad es más amplia y profunda. Así que siempre faltará algo. La imagen, la idea, la sensación que queremos transmitir a los demás necesita precisión, aclaraciones, profundización.
Y, sin embargo, cuando estás concentrada, todo es fácil, claro, simple. Ese todo, que se vuelve complicado en el laberinto del raciocinio, en el mundo sensorial es comprensible. En cuanto digo: "Estoy en paz" ya no lo estoy. Por las palabras y lo que encadenan en mí. Un segundo antes estaba en paz y ahora quiero saber por qué me siento así o trato de recordar este momento y la paz se ha esfumado.
Pero Heráclito nunca fue a una oficina del INEM.
El funcionario suelta un grito apenas audible de alegría, ha encontrado una ocupación para mí: técnica de administración. Dice que algo es algo. En mi lista ahora hay dos ocupaciones: crítica de arte y técnica de administración. Ninguna tiene nada que ver conmigo y sin embargo, en la base de datos hablan de mí. Eso sí, con cero años de experiencia.
Otro yo más en este mundo con el que no me siento yo. Vamos avanzando.
Quizá la única manera de estar en el ahora a través de las palabras es la duda. Expresarla. Ya sé que por alguna extraña razón está mal visto reconocer que no sabes algo o que no estás segura o que no tienes opinión ni un sentimiento claro hacia algo o alguien. Menos aún confesar que no sabes cómo o quién eres en realidad. Es un gran error ya que no hay nada pasivo en el hecho de dudar, de cuestionar el estado de las cosas, en cuestionarse. Siendo esta una actitud muy activa, saludable e inteligente ante los fenómenos sociales y culturales igual que ante nuestros propios pensamientos y emociones. Con nosotras mismas.
Sobre todo en tiempos de capitalismo cognitivo con su branding y su marketing personal agitándonos para ser una marca con eslóganes tan peligrosos como "No es lo que hago, es lo que soy". Ya, claro.
Tal vez la solución la tenían los Reincidentes. O igual no es para tanto.