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15 Mar
15Mar

Estábamos trabajando el cuarto chakra cuando pensé: seguro que las francesas han hecho una película sobre esto. 

Era mi segunda clase de yoga con el nuevo grupo, y esta vez la profesora decidió trabajar el chakra del corazón, ya que es el que suele estar más desequilibrado.

"Los tenemos todos desequilibrados, pero el del corazón especialmente, sobre todo en el caso de las mujeres, y eso afecta nuestra salud, a nuestras relaciones y a nuestras vidas enteras," fueron sus palabras exactas. Escritas suenan fuertes, hasta preocupantes, pero ella las dijo con tanta ternura, casi pidiendo perdón por nuestros chakras mal ajustados, que queríamos arreglarlos todos y rápido. No por nosotras sino por ella.

Así las cinco mujeres mayores de 60 años - la mitad de ellas, incluida la profesora, se llaman Ana María, ¿casualidad?, no lo creo -, y yo empezamos a equilibrar nuestro chakra cuarto, el del corazón. Abrir el pecho, respirar profundo, visualizar una esfera de color verde, calentar con el saludo al sol, también a la luna y todo con serenidad y pausa. Sí, se podía oír rodillas crujiendo, caderas rechinando y codos chirriando pero no prestábamos atención a esos ruidos cotidianos. Trabajábamos con la seriedad de una devota nuestras relaciones y nuestro cuerpo, es decir nuestras vidas, mientras sonaba "Vois Sur Ton Chemin" de Los Chicos del Coro y solo una vez pensé en el pequeño Pépinot. 

Suena idílica, sí,pero no fue fácil mantener esa concentración sagrada en nuestro templo sagrado. 

En la postura de Utthita Trikonasana, es decir El Triángulo Extendido, donde cada una hacía lo que podía, y en la mayoría de los casos un triángulo lo que se entiende por triángulo solo era visible para alguien con mucha imaginación, la compañera detrás de mí dijo: "Estamos para sacarnos una foto". La gente se estalló en carcajadas sonoras y ya no quedó ni rastro de las peculiares formas geométricas construidas. Solo había pechos, barrigas y hombros meneándose al ritmo de las risas y los chascarrillos.  

Por un momento pareció que la concentración se había perdido para siempre y desde aquí solo se podría continuar con el festival de humor que había comenzado, pero no. La profesora asintió sonriendo como si estuviese de acuerdo y sin embargo, dijo con su voz serena, susurrando: "Sí, estamos para sacarnos fotos pero por perfectas. Es muy bueno visualizarnos mientras hacemos yoga con nuestro cuerpo perfecto. Cada una con sus limitaciones, pero perfectas." 

Y ya nadie se rió, claro. Esto era muy profundo.

Dos asanas más tarde, estábamos en la postura de Anjaneyasana, la de la Luna Creciente, brazos hacia arriba alargando el torso, abriendo el pecho todavía más, una rodilla en el suelo y otra en el piso. Una postura bella, bellísima. Y ahí con los ojos cerrados visualizamos el color verde de la esfera, respiramos profundo, y con algún que otro pensamiento pasando por ahí de puntillas, pero en general muy concentradas. 

De repente se oye un doloroso: "¡Ay, ay, ay!", y alguien cayéndose suave pero con contundencia sobre la esterilla. 

A ver, ¿qué se supone que una debe hacer en esta situación?

¿Seguir con la práctica para mostrar la alta concentración conseguida o dejarlo de inmediato para auxiliar a la compañera? 

¿Nosotras o el mundo?

Estando en la calle no hay duda, pero en medio de una clase de yoga sí. Porque oyes a la profesora acercándose a la compañera, susurrándole que se tumbe mientras ella sigue con su "ay, ay, ay", pero al menos ya está atendida. Tú mantienes la postura todavía pero no hay ni rastro de la concentración y quieres abrir los ojos. De hecho se han abierto solos y ya te encuentras mirando a la mujer que te recuerda a tu tía abuela, ¡que en paz descanse!, en el suelo. Sigue tendida de lado, con el sufrimiento grabado en el rostro. 

Puede ser el corazón. Lo pensamos todas. Porque siempre lo es y porque estamos trabajando el cuarto chakra, que no habíamos trabajado nunca y mira que es difícil porque ya tenemos una edad. E igual fue demasiado intenso para ella. La mano de la mujer en su cadera y sus palabras confusas de: "Es el tendón. He oído claramente que era mi tendón" tampoco disipa las dudas. Seguimos pensando que puede ser el corazón. 

Y ahora, ¿qué? ¿Vuelvo a la postura como si nada? ¿Digo algo? ¿Llamamos a una ambulancia? 

¡Es una locura! Imposible saber qué es lo correcto. 

La profesora seguía con la clase, que me pareció muy buena idea porque para mí que nuestro chakra del corazón estaba más desequilibrado que antes.  

(Continuará)

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