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30 Mar
30Mar

Hace unos días escribía sobre la disonancia temporal que percibí en la oficina del paro hablando de lo que soy. Sobre la confusión repentina de la identidad propia. Cosas que suelen pasar, ¿verdad?

No fue la primera ni la segunda vez que me ocurre e igual que en ocasiones anteriores me pareció estar persiguiendo algo enorme. Y sin embargo, se me escapó. 

Fue un segundo, un instante que vislumbré, en el que sentí una claridad, un espacio nuevo, y no obstante, desconocido, pero ahí se quedó. A la espera de no sé bien qué. Y eso a pesar de parecer a todas luces algo muy significativo. Un especie de saber primario y último a la vez. Una verdad atemporal, una clave para hallar la piedra filosofal. Algo como la confirmación de la existencia de dios o una nueva partícula elemental.

¿Quién soy yo? Esa era la pregunta.

Pausa, mirada al horizonte y semblante ligeramente elevado sobre el ruido mundanal. 

Y me lancé al teclado y empecé a escribir. Para avanzar tenía que ir hacia atrás, y la ruta estaba plagada de preguntas. Buenas preguntas.

¿Cómo soy yo en mí?

¿Cómo soy con los demás, con personas y no-personas, con la naturaleza?

¿Cómo trato a mi cuerpo?

¿Para qué hago las cosas que hago?

¿Cuáles son mis intenciones?

¿Qué tipo de pensamientos pienso y qué tipo de sentimientos siento?

¿Qué palabras empleo para expresarme? 

¿Cuándo y para qué decido quedarme en silencio?

Las preguntas salían sin parar, hubo muchas y de repente acabaron aquí, en una sobre el silencio. Cerré los ojos y me detuve. Había dado un gran paso hacía la verdad. Me sentí muy cerca de ese algo grande, único e irrepetible. De ese “quién soy yo”.

¡Ah!

Pero entonces aparece Mooji, como de la nada, y me pregunta qué tipo de pregunta es esta, y por un momento me desconcierta. Me dice que no hace falta indagar tanto, ni tan profundamente en ella. Que no debo hacerlo en este mundo manifiesto. No hace falta para encontrar pareja, ni para comprarte una casa, ni para conseguir un trabajo, ni para ser reconocida. 

¿Por qué la hago entonces?

No es práctico ni lógico, por lo tanto tiene que nacer de un impulso interior. Para conocer algo, para salir de algún lugar, para trascender.

Para liberarme. 

Ni más, ni menos.

Ahora, dice Mooji, en esa nueva libertad la pregunta más interesante sería: ¿qué es esto o quién es este o esta que pregunta?

Me quedé sin palabras. Sin más preguntas, se acabaron. Desaparecieron todas las anteriores y solo quedó esta: ¿quién o qué dentro de mí pregunta sobre qué o quién soy yo?

Mooji tiene razón. Puede ser el tema más interesante para nuestras conversaciones, para nuestro viaje y sobre todo para nuestros momentos de silencio.

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