Hace tiempo que tengo una duda. Tengo varias dudas y muy variopintas, es verdad, pero esta es tan grande e inquietante que apenas me deja dormir por las noches y hoy, por fin, me he armado de valor para hacerlo público porque creo que es importante.
Puede que haya millones de personas sin poder dormir por la misma razón y hay que hacer algo al respecto pero ya. Así que la voy a plantear aquí, delante de los ojos del mundo para encontrar una explicación, alguna respuesta coherente para calmar ese desasosiego. Y puede que este atrevimiento me traiga la ira de los dioses futboleros pero también sé que miles de cerebros son mejores que uno solo (a ver, tampoco nos vamos a venir arriba, ya que estoy hablando en general porque ya sabemos que no pasa, ni de lejos, siempre).
¿Listos?
Bueno, aquí va. A mí me gustaría saber ¿quién fue el primer varón que pensó que llevar una camiseta de fútbol fuera de los campos de fútbol como una prenda de vestir apropiada sea una buena idea?
En serio ¿quién fue? ¡Qué levante la mano!
Porque, chicos, no, no lo es. Casi nunca. Es decir, hay un incendio en tu casa y lo primero que pillas para ponerte y salir huyendo para salvarte la vida es una camiseta de tu selección pues sí, se entiende. O tu novia te echa de casa (y estoy segura, segura, pero segurísima que lo primero que tira por la ventana para expresar su inconformidad con ciertos aspectos del vínculo es tu camiseta de fútbol que tú amas tanto y ella detesta) y ahí, pues también, para no andar desnudo y avergonzado por las calles de tu pueblo hasta la casa de tus padres te pones tu camiseta y se entiende.
O, digamos, los zombies conquistan el planeta y la única protección contra ellos, antes de que llegue el héroe gringo a salvarnos, es una camiseta de fútbol porque te convierte en invisible o provoca arcadas y repulsión también en los zombies y pues mira, ahí no te digo que no, se entiende que la lleves puesta. Ahora, en el resto de los casos no hay excusas. No se comprende ni es adecuado ni te hace atractivo.
Y tú dices, todo indignado, haciendo gala de tu sentido común: “Pero ¿ni para conducir un taxi?”
No.
“Y ¿el sábado por la tarde para pasear con la familia?”
No. No traumatices más a tus hijos e hijas de lo que ya estás haciendo.
“¿El viernes por la noche en la barbacoa con los amigos?”
¿Tus amigos tienen ojos? ¿Sí? Entonces no, tampoco.
“¿El domingo por la mañana para ir a la iglesia?”
No. Creo que es un pecado.
“Y ¿ni para andar por casa?”
No. Si quieres que tu pareja te siga deseando.
“Pero en un funeral sí, ¿no?”
¿Tienes más camisetas en tu armario? ¿Sí? Entonces no. En la mayoría de las culturas y lugares del mundo se lleva ropa elegante para momentos importantes. Ya sé que en una aldea de Sierra Leona es considerada como un uniforme en los funerales pero sus circunstancias de vida son bastante atroces para ponernos tiquismiquis con la ropa.
Y entonces dices tú, con esa mirada picarona, juguetona que te caracteriza: “Y ¿en una cita?”
Y me pregunto yo, ¿en serio tienes una?
A ver, no hace falta ser Freud para saber que el varón es capaz de vestirse de futbolista para compensar frustraciones pasadas, deseos incumplidos, para soñar con una vida distinta y de ahí ese triste enaltecimiento de referentes futboleros que a pesar de no exaltar públicamente adoran en su fuero masculino e interno.
He aquí otra evidencia que las raíces del patriarcado destruyen, además de otras muchas cosas, cualquier signo de elegancia en nuestros compañeros de vida y eso también hay que combatirlo con pasión.